lunes, 8 de julio de 2013

Irse

Hablando con una amiga colombiana a la que quiero mucho y que ahora vive en Buenos Aires, me decía que viajar, en muchos casos, es como huir. Yo creo que sí, que muchos de los que viajan están en medio de una fuga, y creo también que no es sólo cuando viajamos que huimos, si no cuando nos vamos, en términos generales.

Esa fuga puede ser dolorosa, no es por nada que Cerati dice que “poder decir adiós es crecer”. Pues irse es desprenderse de la costumbre, es mirar con otros ojos, oler con otra nariz, caminar con otros pies, o tal vez con los mismos pies, pero en otro camino. Y son las nuevas particularidades de ese camino, al que no estamos acostumbrados, las que incomodan al principio.

Ilustración de Helen Martínez

La semana pasada se fue un tunecino que conocí aquí en Belo Horizonte, no éramos muy amigos, sólo habíamos hablado unas cuantas veces alrededor de unas frías. Sin embargo, saber que se iba, y que probablemente no iba a verlo más en la vida que me queda, me hizo sentir un peso en el pecho y al mismo tiempo un vacío, que me recordó lo que siento cada vez que dejo a mi familia cuando me voy a algún lugar, lo mismo que siento cuando les doy el abrazo de despedida a mis amigos en Colombia, cuando sé que van a pasar muchos días para volver a sentir ese abrazo. 

Hoy, con unas ganas de vino y de escuchar a Cerati hasta que me sangren los oídos, pensaba que irse es difícil, aunque dicen que algunas veces es más difícil para el que se queda. Supongo que es porque los espacios nos recuerdan al que se fue. De manera que pasamos por un parque y pensamos: “Aquí venía a caminar con nosequien”, vamos a un restaurante y nos decimos: “Nosequien pedía ese plato” y así los lugares nos vamos recordando mil cosas, incentivando la nostalgia. 

Irse, y sobretodo tomar la decisión, es tarea de fuertes, y más cuando los lazos son estrechos, con una persona, un lugar, con cualquier cosa. Si los pies no se adaptan al camino, si nos sangran demasiado, si creemos que podemos respirar un aire mejor, o despertar con un paisaje más bonito, es momento de desprenderse de la costumbre, e irse. Lo máximo que podemos perder es la oportunidad de poder regresar, que es bastante, pero no todas las veces cierto. De nada tenemos garantías. Ni de una zona de confort si nos quedamos.

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4 comentarios:

  1. Me gustó tu nota. Yo siempre he sentido que estoy atada, aun cuando esté feliz. Siempre quiero irme. Voy a cumplir 50 y aún pienso en que cualquier día dejo mi trabajo, mi ciudad, o incluso mi país. Tal vez sólo me emociona la idea del cambio, tal vez ya ida me mate la nostalgia, quién sabe, pero guardo la ilusión de partir a un lugar distinto, siempre.

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  2. Hace poco me he cambiado de barrio, ciudad, país y continente. La sensación constante de estar despidiendome de gente a la que probablemente nunca más veré fue realmente agobiante...

    Por eso, cuando lo pienso, me doy cuenta que cada momento es único e irrepetible.

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  3. Excelente Matina, comparto tu análisis. Quien te escribe una viajera de la vida que, en ocasiones, pierde tristemente la brújula que la guía. Un placer leerte. Éxitos!

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