domingo, 27 de mayo de 2012

Thiago

Pasaron varias horas. Todos en su casa se enteraron de lo que había sucedido porque alzamos las voces varias veces y mis lágrimas no daban tregua. La señora Cielo, su mamá, me regaló agua y le pedí que me llamara un taxi. Me senté en la sala a esperar y ella empezó a hablar sobre algo que había salido en las noticias como para que yo pensara en otras cosas. Esa noche en casa de Thiago ha sido parte de los momentos más difíciles de arrancar de mi memoria. Yo hubiera querido que mi celular tuviera carga, que las horas fueran más largas y mis sentimientos más pequeños. Que los besos fueran falsos, que mi piel no se convirtiera en un pedazo de tela y yo un muñeco que se arrastraba de dolor en el alma.

En la mañana después de llegar de clases el teléfono de mi casa sonó. Era la Señora Cielo. Se me hizo raro que me llamara porque los diálogos con ella, aunque amenos, eran circunstanciales, nunca me había llamado, no tenía mi número de teléfono, ni mi celular. ¿Cómo estás con Thiago, Cris? Me preguntó, ¿Has hablado con él? Hoy en la mañana lo vi raro, como triste, me dijo que ustedes habían terminado. La relación está estable, Señora Cielo, le respondí. Pero yo tenía claro que  estábamos como en la mitad de dos piedras esperando que un movimiento simple acabara con los dos.

Eso fue un viernes. Generalmente, Thiago iba al psicólogo el jueves. Yo iba los martes. Los dos íbamos a terapia con la idea de sacarnos de la cabeza mutuamente. Por mi parte, y sin conocer la de él, puedo decir que mis fuerzas no daban para tanto, dejarlo no era fácil, pero tampoco quería seguir, parece que todo era cuestión de iniciativa. Creo que lo único que yo quería era demostrarme que podía lograr lo imposible, lo que otras mujeres no habían logrado. Y aun conociendo mi condición, me era difícil terminarle, porque también lo amaba, supongo, porque fui muy ingenua y no supe manejar la situación.

Thiago era un tipo callado, de estatura media, flaco, tenía el pelo negro medio enrolado, la nariz larga, los ojos grandes, usaba gafas, tenía una boca pequeña y rosada. Cuando cogía confianza y se sentía seguro hablaba más de la cuenta. Le gustaba leer literatura, además escribía bien, esa fue una de las cosas que me hizo enamorar de él. Con lo poco que había leído de Andrés Caicedo podía relacionar ciertos de sus comportamientos con lo que era Thiago. Ese día después de encontrar el número de su casa lo llamé desde un lugar que vendía llamadas. Eran las nueve de la noche más o menos. En el ambiente había bulla, no le entendía bien lo que hablaba, yo estaba en una tienda que queda en la carrera 43 frente a la escuela donde yo estudiaba inglés. Los fines de semana prenden una rockola y en los bordillos se sienta gente a tomar cerveza.

Todo el día pensé en lo que pasaría cuando nos viéramos, tenía miedo. En medio de tanta cosa le entendí que llegara a su casa. Desde donde yo estaba hasta el barrio Las Delicias no hay buses, yo no los conocía, tomé un taxi. Él tenía un plan y se había estado preparando para llevarlo a cabo. Yo, muy ingenua, pensaba que las cosas podían mejorar, sabía que llegaría el momento, pero nunca pensé que fuera ese día.  

Llegué, me abrió la puerta, sus padres que estaban en la sala me metieron conversación y me quedé ahí hablando por un tiempo sólo por cortesía, porque me urgía verlo, quería abrazarlo, decirle que todo estaba bien.  Thiago se había ido a su cuarto, se me hizo raro. Pedí permiso y me fui a ver qué hacía.

Hoy no me gustaría salir, mañana podemos hacer algo, me dijo. Me parece bien, le respondí, estaba cansada y sin mucha plata. Se me quedó mirando, me dijo que teníamos que hablar, que tenía algo que decirme. Ya yo sabía lo que venía, y también sabía que no había reversa, esa vez era diferente. Todo fue tan efímero, tan volátil. Desde el comienzo lo sabía, desde los primeros días que empecé a salir con él ya lo sentía lejos, era vivir la vida y la muerte al mismo tiempo. Mis días no eran totalmente suyos, sus besos dejaban un sabor amargo en mi garganta, sus uñas arañaban mi alma, sus dedos tocaban mi corazón. Cuando duele, se ama. Nunca se siente dolor por algo que no se quiere.

Necesito estar solo, resolver unos problemas, ver qué hago con mi vida, será mejor que dejemos las cosas hasta aquí, Cris, me dijo y dejó de mirarme a los ojos. Para mí, que no tenía otro remedio que aceptar, fue como si me pasara un tren por encima. Mis ojos no pararon de llorar hasta 3 horas después, y siguieron llorando cuando llegué a casa y el día siguiente, y los días siguientes. El pepino ayudó con la hinchazón, pero no encontraba algo para llenar el vacío que dejó en mi tiempo, en mi corazón, en mis ganas. Yo no quería irme de esa casa, así supiera que era lo mejor para mí. Yo no quería tirarme al abismo aunque tuviera chance de caer de pie.

Empezó a llorar, me abrazó. Me confesó que su mamá me enviaba saludos, me hacía invitaciones a comer y él se inventaba excusas de mi parte. Eres un hijueputa, pensé. Le dije que ella me había llamado a preguntarme por la relación en la mañana. No dijo nada. Se tiró encima de mí y me dio un beso en el que pude sentir sus ganas de no hacerme daño, pero no sabía que ya todo el daño estaba hecho. Yo me dejé convencer otra vez de estar juntos con un ramo de rosas que me llevó una de las tantas veces que peleamos. Unas rosas que no eran nada al lado de toda la incertidumbre que me generaba estar con él. Este fue el precio que tuve que pagar por pensar que las cosas iban a estar mejor.

El taxi llegó y supe que era un adiós para siempre. Thiago me acompañó hasta la puerta, me subí, y entendí que ahí empezaba otra historia.

Únete a la página en Facebook de El Blog de Matina para recibir noticias de nuevas entradas haciendo clic AQUI

miércoles, 23 de mayo de 2012

No somos de una sola parte

[Si eres de Montería y no has vivido en otro lugar, probablemente hablarás mal de mi con este post]

En Montería me dicen que soy barranquillera, pero yo de aquí no soy, y tampoco soy totalmente de allá.
Hoy leía un libro de Zygmunt  Bauman sobre la identidad y decía que cuando a alguien le van a dar un título de Doctor Honoris Causa en una universidad en Europa ponen el himno del país de donde es la persona que va a recibir el título, en su caso tendrían que haber puesto el himno de Polonia, pero Bauman contaba que se vio obligado a irse de su país a causa de la ley antisemita, quitándole la posibilidad de enseñar en la Universidad de Varsovia, donde trabajaba. El tipo no sabía qué hacer, había crecido en Polonia, pero gran parte de su vida la había pasado en Inglaterra, al final alguien le dijo que por qué no ponía el himno de Europa y así fue.

Mi caso no es el de Bauman, pero eso me hizo pensar que no somos de una sola parte. Crecí comiendo yuca y café con leche en el desayuno, escuchando porro en las fiestas de diciembre, oyendo a todo el mundo diciendo poc qué y no por qué,  pero aparte de eso, me vine a Barranquilla y me gusta bailar cumbia, disfrutar del carnaval, comer matrimonios en una frutera, digo full, y uso la palabra entrompar. Además viví en Brasil un tiempito y ahora escucho pagode, samba y sertanejo, hablo portugués, y me gusta el brigadeiro.
Vi novelas mejicanas, escuché (y todavía lo hago) música de Argentina, casi todas las películas que he visto son de Estados Unidos, cantaba canciones españolas en el colegio, uso aparatos chinos, etc.

Claro que soy de un lugar y ese lugar es Colombia, y me identifico con la mayoría de cosas que son de aquí, nací en Montería, y he pasado gran  parte de mi vida allá, pero eso no me hace completamente monteriana, los gentilicios existen, nos enseñan que somos de cierto lugar y que debemos estar orgullosos de eso como para estar más seguros de nosotros mismos, pero no quiere decir que seamos de una sola parte. Recuerdo que Ramón Illán Bacca, el escritor, ha dicho en sus entrevistas que él es un samario de Barranquilla, creo que se estaba refiriendo a esto que hablo.

viernes, 18 de mayo de 2012

Mi vida no es una película

[Si estás escuchando música alegre es mejor que no leas este post]

Mi vida no es una película porque me considere especial, en algún momento lo creí, pero ahora creo, como dice Bukowski que "Nuestras vidas (la de todos) no son tan diferentes, aunque nos gustaría pensar lo contrario". Tampoco es una película porque en las películas solo cuentan las partes interesantes, y la vida tiene partes interesantes y aburridas también, además en las películas hay un final, y en la vida hay muchos finales y comienzos y luego un gran fin. Mi vida es una película porque es como si cada escena, cada cierto tiempo, estuviera acompañado de un ritmo, de una melodía, de una letra.

Hay días como hoy, que tengo las hormonas alteradas y un montón de sentimientos juntos en que esa música de fondo se vuelve lenta, suave y melancólica, y me dan ganas de un abrazo, de hablar con alguien, de sentirme acompañada, de tomarme una botella de vino y de ver el amanecer, sentir que el mundo sigue girando y que yo estoy al lado del camino, como diría Fito, que estoy al lado del camino escuchando un piano acongojado, de pronto una canción de Cat Power.

Hay otros días, en que la felicidad está circundando, porque brota de mi, de mis amigos, se siente en el ambiente. Esos días, la música es más rápida, los acordes son mayores, la voz interpreta muchas más notas en intervalos más pequeños. Días en que me dan ganas de bailar, cantar o simplemente escuchar.

También hay días, y esto tampoco se parece a las películas, en que no quiero escuchar música triste aunque esté triste, porque la música es tan genial, que te puede tirar a un abismo aún estando en tu cuarto. Ahora escuchaba una canción de Robi llamada 'El tiempo va' que me pasó mi amiga Helen, y fue inevitable pensar en lo rápido que se pasa la vida, y me dio miedo pensar en que ya no volverá el tiempo, como dice él, y eso sumado a la melancolía que siento hoy me hizo sentarme aquí a escribir esto que lees.

Curiosamente, algunas veces cuando estoy triste me cae bien escuchar música alegre para cambiar de ánimo, pero casi siempre cuando escucho música triste, aunque esté feliz, inevitablemente siento que al menos una partecita de mí se inunda de tristeza. Supongo que es porque los momentos difíciles que producen sentimientos como la nostalgia y el dolor, son más duros de arrancar de la memoria y esto asociado a la música, nos lleva a que las canciones tristes nos entristezcan, porque nos hacen recordar esos sentimientos, como si el corazón, la piel, los labios, las manos, los poros, el oído, tuvieran memoria.

Mi vida no es un película, pero sí podría sacar una lista de todas las canciones que han hecho eco en mí, y mostrarlas al final, cuando me toque pasar los créditos.

martes, 8 de mayo de 2012

Hank me mató esa noche

Hank me mató esa noche. Después de tomarnos unas cervezas que compramos en la estación de gasolina frente al hospital nos fuimos a la terraza de su casa. Nos besamos varias veces. La relación que teníamos Hank y yo era de besos circunstanciales, pero en esos últimos días nuestras salidas se habían vuelto más regulares. Dos de los amigos con los que estábamos se fueron, quedamos Alana, Sergio, Hank y yo. Alana y Sergio estaban en lo suyo, ese día ella vio a su chico con otra y estar con Sergio fue la mejor forma posible que encontró para atenuar el dolor.

Hank era un tipo alto, grueso, no tenía una cara bonita, pero sí un cuerpo que cualquier hombre le podía envidiar, usaba gafas para ver de lejos, tenía labios grandes, los dedos de sus manos eran largos y se comía las uñas, algo que me hacía pensar que era bastante inseguro. Su pinta era formal, pulcra, me lo imaginaba como esa clase de médicos que se lavan las manos cincuenta veces al día con la idea de que hay bacterias asesinas en todos lados.

Sergio y Alana se pusieron a hablar, dejaron de tocarse y besarse. ¡Juan, debería ser comido por gusanos amarrado a una cama sin comida ni agua! dijo Alana. Juan era su (ex) novio. Sergio no dijo nada.
Hank se acostó en el piso a ver las estrellas. Yo me senté en una banca que había en la casa de al lado, puse los pies encima de la banca, mi mejilla derecha en las rodillas, y los brazos alrededor de las piernas. Pensé en Hank, en su lejanía. En lugar de estar allá imaginando pajaritos preñados, debería estar aquí al lado mío, me dije. Luego, como si Hank hubiera escuchado mis pensamientos se sentó en la banca. Sentí una corriente de aire frio como si el cielo hubiera querido darme una señal. Hank me agarró la barbilla, pensé que me iba a besar, pero sus movimientos fueron bruscos. Sacó un puñal que tenía escondido en la media y rápidamente me lo clavó en el abdomen. Lo sacaba y lo metía cada vez con más fuerza y yo sentía la sangre caliente saliendo de todas partes y que mi vida se iba con esa sangre. NO TE QUIERO VER, NO QUIERO QUE TE APAREZCAS MÁS POR AQUI, NO QUIERO QUE ME HABLES DE TUS PLANES ¡MI VIDA NO LA IMAGINO CONTIGO! ¿ENTIENDES? Decía Hank mientras yo quedaba  sin poder decir una palabra.

Alana y Sergio, que estaban sentados al lado de la puerta se besaban con locura mientras Hank jugaba con mis venas y metía sus dedos en mis heridas.
¿Qué estás haciendo? Gritó Alana corriendo hacia mí. Sergio prendió un cigarrillo que fumó tranquilamente. ¿Qué es lo que te pasa? Preguntó Alana con cara de angustia y apartando a Hank. Me agarró por los hombros y me sacudió con la intención de que yo diera señales de vida. Yo estaba fría, pálida, con taquicardia y temblaba. ¡Hay que llevarla al hospital! Le dijo Alana a Sergio, pero él no hizo nada para pararse del suelo y apagar el cigarrillo.

Hank se había ido hacia el carro que había parqueado frente a su casa y se quedó pensando por unos segundos. Después dijo con una voz limpia y tranquila: Llevémosla a urgencias. Entró a la casa, buscó una toalla, me cubrió las heridas, me montó en el carro en la parte de atrás y me llevaron al hospital que quedaba en frente de donde habíamos comprado las cervezas. Sergio no vino con nosotros. Yo no paraba de sangrar.
Cuando llegamos los enfermeros me montaron en una camilla. Hank se fue en el carro y dejó Alana en la entrada de urgencias. ¡Eres un hijo de puta, Hank! Gritó Alana. Los enfermeros me llevaron por un laberinto a una habitación con otros pacientes. Más nunca la vi, parece que las enfermeras no la dejaron acompañarme. No podía respirar, sentía que el aire se agotaba y que mi corazón estaba débil. Me pusieron oxígeno, no sabía muy bien si estaba en un sueño o era verdad lo que me estaba pasando. Oía las voces de mucha gente, mis ojos solo se entreabrían un poco y con eso veía la luz de las lámparas. Mi cuerpo yacía en esa camilla, pero yo ya estaba muchas millas lejos de ahí.