sábado, 30 de abril de 2011

Vacía, pero tierna

Hay palabras vacías. Muchas palabras son vacías. No creo que todo lo que sentimos y pensamos se pueda traducir en palabras. Saramago decía que entre más palabras conociéramos, más precisa podría ser nuestra comunicación. Y sí, indiscutiblemente las palabras son un medio, que si no es totalmente preciso, nos ha ayudado a transferir pensamientos y sentires de generación en generación. Me pongo a pensar que esto que escribo puede que no sea necesariamente lo que estoy pensando.  Pero son las palabras la única forma de hacerlo saber, por lo menos, eso es lo que he escogido. 

Cuando una persona le dice a otra "mi vida" muy seguramente no es su vida, es una frase totalmente hueca, ¿Quién podría decirle "mi vida" a otro? Pocos, pero la expresión se ha popularizado tanto que si vamos a comprar una gaseosa a la esquina muy seguramente nos dirán "mi vida", y si llamamos a un amigo, nos responderá con "mi vida". Incluso, han nacido abreviaturas. Ya no es "mi vida" sino "mivi", algo que podría más apropiado para una frase que no dice nada. Porque de esa manera no estamos haciendo saber al otro que es la vida de uno, sino que lo estamos llamando por algo igual o parecido a lo que sentimos: algo que no es vida. 

Yo, muy personalmente, no suelo tratar a la gente así. Primero porque trato de ser precisa y segundo porque la frase puede causar hastío. Sin embargo, ayer descubrí que me gusta oírlo dependiendo de quién y cómo la diga. Fui a comprar unas cosas en un almacén de adornos y escuché a una de las vendedoras diciéndole a las clientas: "¿En qué te puedo colaborar mi vida?", "¿Sólo eso muñeca?", "Hay de otros colores, corazón" y así, cada vez que decía una frase terminaba con una de estas palabras, y a mi me entraron ganas de seguir escuchándola. Me pareció tan bonita. Amable. Vacía, pero tierna.

martes, 26 de abril de 2011

Nadie sabe por qué nos gusta el helado de chocolate

Nos sentamos en un parque, como a las 7 de la noche, la ausencia de nubes dejaba ver las estrellas, además el silencio no estorbaba y eso me hacía sentir cómoda, no con el lugar, porque dónde estaba sentada era duro y mi raya comenzaba a desaparecer, estaba cómoda porque sentía la tranquilidad rodeándome y la felicidad cerca, si es entendible, no lo sé, sólo sentía que el tiempo se volvía nada, que todo desaparecía, y cómo el mundo se reducía a nosotros dos, a nuestras palabras, a nuestros silencios, a lo que eramos en ese instante que quería que no se acabara. Era la química haciendo su efecto y mi mente buscando razones que nunca existieron. Nadie sabe por qué nos gusta el helado de chocolate, o de vainilla o de ron con pasas, simplemente gusta y ya, los porqués no importan, el helado lo disfrutamos sin pensar de qué está hecho, sin saber si tiene más azucar o más leche, eso no es indispensable, se siente y se sabe, son insignificantes las razones. Igual pasa conmigo. Yo no sé porque me gusta (él) y a veces intento encontrar cosas que se hayan repetido en otros para decir que los prefiero altos, o bajos, o tímidos o extrovertidos, pero es mi parte calculadora la que hace el trabajo ahí, y ahora comprendo, que es mejor dejar a la otra parte hacerlo todo. A veces me enredo no logro distinguir entre una buena conversación y una conexión mágica, pero es porque le doy vueltas en mi cabeza y sé que esto no es cosa de la cabeza, el amor (cualquiera que sea) se siente en el corazón.

viernes, 15 de abril de 2011

Las mujeres somos malas y los hombres preguntones

Cuando tenía 10 años un niñito se me acercó y me preguntó si quería ser su novia, indudablemente le dije que lo iba a pensar y que al día siguiente le daría la respuesta. Estaba totalmente convencida de mi actitud, porque así había visto hacer a otras niñitas de la cuadra. Desde ese momento creí que tenía a la humanidad de rodillas frente a mi y aprendí que con hacer esperar, podemos dominar el mundo,  porque el niño de quien les habló me amó por mucho tiempo y yo nunca le di una respuesta.

Si lo miramos desde el otro lado, es decir, que nosotros somos los que esperamos, podemos concluir que se espera porque creemos que la otra persona, sea quien sea, tiene o debe hacer algo por nosotros, porque hemos dado anteriormente, porque hemos quedado en un acuerdo o porque tenemos en la cabeza que las cosas tienen que ser así y no de otra manera, porque creemos en las reglas o en unas leyes de comportamiento, pero resulta que este mundo es tan ilógico que cuando creemos que el otro se va a portar de una forma, se comporta de otra y es ahí cuando se forma el problema, porque toda la vida estamos esperando: que nos feliciten en nuestro cumpleaños, que nos saluden, que nos llamen a saber por lo menos si amanecimos, la esperanza no se va tan fácil y es una de las peores cosas que nos pueden pasar, a no ser que esperemos que las personas nos hagan esperar, o que esperemos que nos acostumbremos a no esperar. Es más facil cuando no esperamos, ni siquiera la respuesta de un email enviado, ni la devolución de la llamada hecha. La espera mata las sorpresas y los mejores momentos (a veces) son los inesperados.

jueves, 7 de abril de 2011

No pasa con los colores, ni los sabores.

Prender la radio cuando todo parece estar lejos,  me hace sentir acompañada, como si el que está del otro lado entendiera lo que está pasando aquí, la música me crea un puente que me conecta al mundo. Es un ente meramente social, reúne gente para estar tristes, bailar, sentir, recordar, amar. ¿Quién no ha estado reunido al rededor de la música?.
Es algo que vive, que está en un lugar desconocido y que se manifiesta a través de nuestro cuerpo, no creo que venga de nosotros porque es tan perfecta, es la diosa de la vida, el motor de este mundo, cuando muramos y todo esto se acabe, ella seguirá ahí, levitando, esperando a alguien o algo para entrarle y envenenarlo de la dulce sensación que produce su consumo.
Los lugares sin música no serían  lo mismo, porque ella es color también, no es necesario cambiar de puesto las sillas, ni mover los estantes para entrar en nuevos lugares oyendo música diferente. Es el tema cuando no hay tema de conversación, por alguna razón que no entiendo, cuando alguien le gusta la música que escucho, encuentro afinidad, algo que no pasa con los colores, ni los sabores.