lunes, 14 de septiembre de 2015

India, negra y blanca, pero ¡qué importa!

Entré al taxi después de colocar las maletas en el baúl. Le di al taxista la dirección y arrancamos. Era mi primer día en Belo Horizonte después de unos meses en Colombia, y no tenía ni idea para donde iba. El taxista me preguntó: “¿Eres extranjera?”. “Sí”, dije con cierta desconfianza. “¿Japonesa?” me preguntó “No, colombiana” respondí extrañada. “Sé que tengo los ojos rasgados, pero de japonesa no tengo ni un pelo” pensé. Aquí en Brasil, además del taxista, varias personas conocidas, o acabadas de conocer, insisten en mis ojos rasgados, en mis rasgos indígenas en general. Antes de vivir aquí nunca tanta gente había hablado sobre mis ojos, ni yo me había dado cuenta que tenía este tipo de rasgos, nadie me había dicho, ni había oído hablar a otra persona sobre eso, tal vez no tantas veces. Tampoco me había preguntado de qué color era mi piel, ni por qué mi cabello era liso y no ondulado como el de mi papá. Bueno, tal vez sí, pero no de manera tan reiterada. En los años que tengo viviendo aquí he escuchado varios comentarios sobre mi pelo, mis ojos, mi piel, mi tamaño, etc.

No es que en mi país no se hable de eso, también se habla. Sin embargo, no hacia gran diferencia en mi vida, a pesar de la discriminación racial que hay en Colombia. ¿Por qué la gente en Brasil se preocupa tanto con eso? ¿Soy un cuerpo exótico en este país? ¿Esto es Noruega? No, definitivamente es Brasil.



Si me pongo a ver mi genealogía me doy cuenta que soy producto de una mezcla. Mis abuelos de parte de mamá tienen ascendencia española e indígena, y de parte de papá tengo ascendencia negra, alemana e italiana. Es decir, soy tres cosas al mismo tiempo: india, negra y blanca, como la mayoría de los latinoamericanos. Tal vez mi físico diga que soy más de una cosa que de otra, pero ¡qué importa!, si al final soy también humana. ¿De qué importa mi color de piel o lo rasgado de mis ojos sino es para hacer este mundo más rico? ¿Por qué no es así en la vida real? ¿Por qué nos acostumbran a clasificar, a etiquetar, a categorizar? ¿Por qué simplemente no somos humanos y aprendemos a respetar la diferencia?

Que me digan que tengo los ojos achinados no me ofende, hago la aclaración. Es simplemente algo que me ha puesto a pensar y de alguna manera, es algo que me ayuda a conocerme y a conocer a los que hacen los comentarios. Tener un planeta diverso es fascinante. Adoro la diversidad, me encanta conocer otras culturas, y saber otras músicas y probar otros platos, entender otras formas de ver el mundo, de eso es muy rico Brasil. No creo en las formas universales, ni en las bellezas estandarizadas. Y la xenofobia y los estereotipos me parecen asquerosos. Vivimos en un mundo donde los blancos mandan, entonces nos enseñan que es mejor ser como ellos, y que ellos valen más que cualquier otro. “¿Qué pasaría si los que se están muriendo en el Mediterráneo fueran blancos y no negros?” cuestionó la semana pasada Fatou Diome, una escritora senegalesa hablando sobre emigración y racismo en Europa, yo me pregunto lo mismo.


¿Qué tipo de historia tienen para contar la gente que tiene la piel más oscura que yo, que es más india que yo, más pobre que yo, más gorda que yo? Lo poco que he viajado me ha dado para entender que quedarte con una sola historia sobre un lugar, una persona, un país, una raza, te hace pobre. Conocer varias historias, como dice Chimamanda Adichie, es conquistar una suerte de paraíso. ¿Qué conquistaríamos si además nos respetáramos y dejáramos de encasillarnos?

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1 comentario:

  1. Una palabra nos define a carta cabal y da gusto pronunciarla cuando eres visto como un sudaca con la espalda mojada. Somos mestizos y eso me tranquiliza. Yo soy un blanco de pelo lacio en medio del trópico, cuando viví en Cartagena los nativos en la calle me hablaban en inglés, italiano o francés para ofrecerme cambio de moneda. En el Putumayo me sentí como un extranjero.

    La pureza es un invento vil de la humanidad que a la larga no existe. Seguirás siendo una bella mestiza.

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