Desde
que llegué a Brasil cocino, me auto-alimento, y cuando me di cuenta que tenía
que hacerlo por mi misma, empecé a ver cual era la manera ideal y la más
práctica. Tengo casi 3 años cocinándome, exceptuando cuando voy a Colombia de
vacaciones, y aunque no soy una experta en la cocina, puedo decir que he
aprendido ciertas cosas.
El
mundo de la cocina es fantástico. Hay tantos colores, sabores, formas, aromas,
recetas, tradiciones, historias. Es increíble ver que el resultado de sumar
ingredientes muchas veces no es nada parecido con comer los ingredientes
solitos. La cocina evoca memorias. Recuerdo que para Navidad y Año Nuevo una de
mis tías cocinaba, y ponía a todo el
mundo a picar verduras para que todo fuera más rápido. Y mientras se tomaba una
cerveza me decía: “Si, ese es el tamaño de los cubos de zanahoria. Mas o menos
un centímetro”. Y de repente yo veía que le echaba un poco de la cerveza que se
tomaba al pernil que estaba preparando, y yo no entendía muy bien lo que
pasaba.
Para
mí la Semana Santa tiene sabor a dulce de ñame con galleta de soda, a
mongo-mongo con brisa de mar, porque aunque estuviéramos en la playa, alguna de
mis tías llevaba un pote con dulce de alguna cosa, y lo repartía después del
almuerzo.
En
mi casa siempre hubo un libro que mi papá le regaló a mi mamá cuando se casaron
(1975) y que parecía una biblia. Tanto por el formato como por lo importante
que era para mi casa. Lo único que faltaba era tenerlo abierto en un pedestal
en la sala (o en la cocina). Se llama “Cartagena de Indias en la Olla” (1963)
de Teresita Ronán De Zurek. Cuando estaba pequeñita no entendía muy bien si era
que Cartagena estaba en la olla, o sea, iba rumbo al abismo, o era realmente
que la olla hacía relación a la cocina y que el libro contenía recetas tradicionales
de Cartagena.
Montería,
mi ciudad natal, queda a unos 300 km de ahí y antes de 1951 ella y otras
ciudades, hacían parte del departamento de Bolívar, del cual Cartagena es la
capital. Era lo que llamaban el Bolívar Grande. A pesar de que las condiciones
geográficas de Cartagena y Montería son diferentes, y que por lo tanto los
ingredientes que se encuentran en la zona son diferentes, hay muchas similitudes
en la gastronomía monteriana y la cartagenera. O por lo menos así se dio en mi
casa. Los plátanos en tentación, el arroz con coco, la torta de pan, y otras
miles de recetas, hacían parte de la mesa. También la cocina árabe está en mi
recuerdos de infancia y un plato muy particular que trajo mi abuela de sus
raíces del sur de los Estados Unidos: el Chile con carne.
Me
da orgullo decir que cocino todos los días. Primero porque es de alguna manera una declaración de guerra contra los grandes restaurantes, es más saludable,
más barato, y estoy aprendiendo a hacer algo por mí misma que me hará más autosuficiente
y me permitirá llevar a otras generaciones lo que aprendí de mi mamá, de mis
tías, de la gente que veo cocinar, del libro de recetas, de las cosas que veo
por internet y de algunas cosas que no están escritas en ninguna parte. La
cocina además de recuerdos, revive costumbres, y contribuye a que llevemos una
vida más lenta, dentro de tanto alboroto.
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Entiendo que cocinar es la manera más directa de llegar a las raíces, eso aunado al humor de quien lleve la batuta en la cocina produce resultados únicos. Los nombres de los platos son bellos, pero plátanos en tentación la saca del estadio. Mongo mongo me hizo recordar el mangú y el mofongo de república dominicana, solo pronunciarlos dan ganas de bailar. A propósito ¿bailas y cantas mientras cocinas? esa alegría también queda en el plato.
ResponderEliminarjajajaj me encantan tus comentarios. Es verdad, mongo mongo dan ganas de bailar. Cantar, a veces, pero bailar bailar, no. =) Pero lo voy a tener en cuenta!
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