Cambiarse de ciudad es como
cruzar un puente, parece que las cosas las empiezas a ver desde otra orilla, es
muy probable que conozcas otra de tus facetas. Puede haber varios puentes y a
su vez varias orillas, no siempre existen dos lados de la moneda, podemos vernos
desde tantos puntos como el número de estrellas en el cielo, y también podemos ver
el resto de cosas que no somos nosotros desde otros lugares, no necesariamente
geográficos.
La primera vez que cambié de ciudad fue cuando me fui a vivir a Barranquilla, y yo lo veía tan lejos, no me podía imaginar viajar todos los fines de semana a Montería, porque eran 6 horas en un carro ¡Mucho! Es que los barranquilleros para mí eran diferentes, ellos no hablan ‘comiéndose’ las palabras, ni almuerzan mote de queso, era otro planeta. Claro, el carnaval en Montería no existe y tampoco la gente habla diciendo ‘full’. Con el pasar del tiempo en Barranquilla, y visitando otras ciudades, entendí que somos más o menos lo mismo con ciertas variaciones que hacen todo más interesante. Y somos parecidos en cosas que van desde algo tan pequeño como usar mucho la palabra ‘Dios’ o algo tan grande como es la forma de decorar nuestras casas, o la manera en que movemos los pies al bailar.
La segunda vez que cambié de
ciudad fue de Barranquilla para Montería. Luego de 6 años viviendo afuera me
devolví a casa de mis papás. Cuando llegué (y era algo que no pasaba en
vacaciones) lo entendí como un re-descubrimiento de mi ciudad. Mis amigos del
colegio se habían ido, volví a hacer visitas familiares, me empecé a preguntar
varias cosas de que las había aprendido en Barranquilla y que no las había
contextualizado en el lugar donde nací, por ejemplo, ¿Dónde estaba la Montería
de mis abuelos? ¿Quién la había construido? Respuestas que mi papá me ayudó a
resolver y que me dejaron ver otro lado de mi ciudad y por lo tanto otro lado
mío. Aunque parezca increíble, porque se supone que soy de allá, hay muchas
cosas que todavía no entiendo, y que creo que no tienen sentido.
La tercera vez me fui a Juiz de
Fora, una ciudad del interior de Minas Gerais (Brasil), como dicen aquí,
parecida sólo en el número de habitantes con Montería. La primera sensación que
tuve cuando llegué a esa ciudad es que no podía ser posible. Había estado
viajando un día y medio para llegar a un
lugar que no sabía pronunciar bien su nombre y que nunca me imaginé que existió
por muy cerca que Brasil pueda quedar de Colombia. Conocí gente de muchas
partes del mundo entre ellas: Ecuador, Perú, Argentina, Estados Unidos,
Austria, Bélgica, Egipto, Turquía, Francia, Mozambique, Uruguay, etc., y todos
en un país que yo no conocía mucho aunque nací bailando la música de Xuxa, por
ejemplo, y en la universidad escuchaba bossa nova, pero como ya he dicho antes,
una cosa es lo que los medios nos venden y otra cosa muy diferente la que
puedas llegar a experimentar. Cuando me vi en un lugar lleno de gente amable
con la que nunca en mi vida había tenido contacto y que podían hacerse una vaga
idea de mí con lo que yo dejaba ver, entendí que conociendo la diferencia, podía
conocerme también yo misma, y me imaginaba los colombianos que viven en países
que no tienen nada que ver con nosotros, y se me ocurría que es más difícil y que
las posibilidades de conocernos como pueblo pueden ser mayores, si tenemos disposición
y si sabemos leer las historias detrás de cada cosa.
Uno de los problemas de esta ciudad es que su administración no logrado un sistema de transporte eficiente, me
demoro (todo el mundo se demora) mucho en llegar a todas partes, así que estoy
aprendiendo a aprovechar el tiempo en los buses y a llevar mil cosas conmigo
porque no me da tiempo de venir a la casa a almorzar, o a cambiarme de ropa
cuando quiero ir al gimnasio después de clases, o cuando quiero salir en la
noche. Son otras situaciones. Mi hermano siempre dice que José Ortega y Gasset dice
que nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias, son varias las variables
(valga la redundancia) que influyen en nuestra forma de actuar y pensar, somos
lo que somos y también un poco de lo que no somos. Belo Horizonte me ha hecho
conocer un lado mio asociado a la rumba, por ejemplo, que nunca me había
interesado, a tener que escribir siempre citando la fuente, a entender un poco
más a los hombres y sus intereses, a saber que todos somos humanos, a querer
más mi parte negra, a ponerle los ojos a Latinoamérica, a tener otra mirada hacia mi
país, y a asimilar que no importa el lugar donde estés, lo que importa siempre
es la compañía.
el movimiento es fundamental, ya sea en el espacio, en los pensamientos o en las emociones. ¿será que tu vida está por esos lares?
ResponderEliminarEs muy importante a veces salir de nuestra zona de confot!!!
ResponderEliminarHe descubierto tu blog por casualidad. Soy colombiana y ahora estoy en Indonesia, bastante lejos de casa. Creo que hace 10 años cuando dejé Colombia me hice las mismas preguntas. Ha pasado tanto tiempo que la sorpresa se ha ido y definitivamente todos los lugares son iguales y lo que hace especial cualquier momento es la gente con la que lo compartes. Me encanta como escribes! y me encanta que seas colombiana. Mi cliché ahora es...que inteligente es mi gente!!!
ResponderEliminarUn abrazo fuerte desde Yakarta
María