domingo, 18 de noviembre de 2012

Algunas paredes no tienen oídos

Hay ciertas casas que por sus paredes se derraman historias, que se nota que han pasado muchas personas por ahí, que tienen un olor a viejo que no se siente con el olfato sino con el corazón. 

El semestre pasado que viví en Barranquilla cuando iba al Carulla de la 72 pasaba por una casa que tenía un letrero con la frase "Casa de Papán y tía" en la carrera 53. Me preguntaba si era un hotel, o un museo, o cualquier otra cosa menos qué persona vivía ahí. Un día en un taller de literatura que iba de vez en cuando hablando con Elsie Parra, una poeta que también iba al taller, descubrí que ella era la dueña de la casa, ese día, el primer día que hablé con ella me invitó a conocerla, a la casa quiero decir, aunque yendo hasta allá me llevaba un poco de la persona también. Es enorme, tiene los techos altos, diferentes cuartos, un mueble grande con un espejo manchado situado al lado de la entrada recordándoles a las personas que se miran ahí que los defectos existen, la casa parece una foto en blanco y negro, con el piso lleno de arabescos típicos de esa Barranquilla. 

Me contó que ahí ella se reunía con sus amigas a tomar café y luego a leer lo que quedaba en la taza. En el patio hace varios años se reunían un grupo de pintores a hacerse compañía, de los cuales uno era el dueño de la casa donde yo vivía. Elsie me regaló un libro que siempre quise tener, y me pareció una gran coincidencia que ella lo tuviera y me lo diera. En su biblioteca había una colección de piedras de varios materiales y lugares que guardaba en un armario junto con otros libros y varias cosas que ella consideraba especial. Elsie murió hace una semana, pero su casa seguirá contando historias.

Los primeros días que viví en Belo Horizonte, en agosto de 2011, me quedé en una casa de un integrante de AIESEC, la organización con la que hice el intercambio. Es la casa más desordenada que he conocido en mi vida, debajo de mi cama había tierra pegada al piso. Pero además de eso, en las paredes literalmente habían historias. Varios extranjeros han vivido ahí, hay mensajes en una pared en particular, fotos en otra, varios dibujos, entre ellos uno de Gandhi, una señal de tránsito, pastas de dientes, souvenirs, mil cosas. La casa te permite imaginar, los mensajes hablan de la persona que los escribió y te crean una idea del país de cada uno y de su forma de ser.


Son lugares especiales, como la casa donde queda mi querido Lunabril, donde quedaba Caza de Poesía, la casa de mi abuela en Majagual, algunas casas en Cereté, la casa de mi profesora de Arte, Luz Ángela, en Montería, el edificio García en Barranquilla, y otras tantas. Un amigo dice que la gente del Caribe vive de los recuerdos, tal vez ese es el por qué de tantas cosas en las paredes. Mi mamá y mi tías siempre andan contando historias de su pueblo, mencionan gente que para mí son personajes, y si miramos más allá, muchos escritores del Caribe colombiano cuentan ese tipo de historias comenzando con Gabo, los vallenatos viejos lo hacen, algunos nuevos también, como si no pudiéramos desprendernos del pasado. 

1 comentario:

  1. la nostalgia, la alegría y las tristezas quedan en las paredes donde vivimos alguna vez, no tanto por el lugar en sí como por las personas con quienes compartimos el lugar. es curioso cuando entramos en construcciones antiguas y sentimos esa energía dejada décadas atrás. la nostalgia es inevitable para el ser humano, incluso para la gente del caribe que es tan cercana a la alegría... tal vez sea por eso mismo.

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