Entré
al taxi después de colocar las maletas en el baúl. Le di al taxista la
dirección y arrancamos. Era mi primer día en Belo Horizonte después de unos
meses en Colombia, y no tenía ni idea para donde iba. El taxista me preguntó: “¿Eres
extranjera?”. “Sí”, dije con cierta desconfianza. “¿Japonesa?” me preguntó “No,
colombiana” respondí extrañada. “Sé que tengo los ojos rasgados, pero de
japonesa no tengo ni un pelo” pensé. Aquí en Brasil, además del taxista, varias
personas conocidas, o acabadas de conocer, insisten en mis ojos rasgados, en
mis rasgos indígenas en general. Antes de vivir aquí nunca tanta gente había
hablado sobre mis ojos, ni yo me había dado cuenta que tenía este tipo de
rasgos, nadie me había dicho, ni había oído hablar a otra persona sobre eso,
tal vez no tantas veces. Tampoco me había preguntado de qué color era mi piel,
ni por qué mi cabello era liso y no ondulado como el de mi papá. Bueno, tal vez
sí, pero no de manera tan reiterada. En los años que tengo viviendo aquí he
escuchado varios comentarios sobre mi pelo, mis ojos, mi piel, mi tamaño, etc.
No
es que en mi país no se hable de eso, también se habla. Sin embargo, no hacia
gran diferencia en mi vida, a pesar de la discriminación racial que hay en
Colombia. ¿Por qué la gente en Brasil se preocupa tanto con eso? ¿Soy un cuerpo
exótico en este país? ¿Esto es Noruega? No, definitivamente es Brasil.
Si
me pongo a ver mi genealogía me doy cuenta que soy producto de una mezcla. Mis
abuelos de parte de mamá tienen ascendencia española e indígena, y de parte de
papá tengo ascendencia negra, alemana e italiana. Es decir, soy tres cosas al
mismo tiempo: india, negra y blanca, como la mayoría de los latinoamericanos.
Tal vez mi físico diga que soy más de una cosa que de otra, pero ¡qué importa!,
si al final soy también humana. ¿De qué importa mi color de piel o lo rasgado
de mis ojos sino es para hacer este mundo más rico? ¿Por qué no es así en la
vida real? ¿Por qué nos acostumbran a clasificar, a etiquetar, a categorizar? ¿Por
qué simplemente no somos humanos y aprendemos a respetar la diferencia?
Que
me digan que tengo los ojos achinados no me ofende, hago la aclaración. Es
simplemente algo que me ha puesto a pensar y de alguna manera, es algo que me
ayuda a conocerme y a conocer a los que hacen los comentarios. Tener un planeta
diverso es fascinante. Adoro la diversidad, me encanta conocer otras culturas,
y saber otras músicas y probar otros platos, entender otras formas de ver el
mundo, de eso es muy rico Brasil. No creo en las formas universales, ni en las
bellezas estandarizadas. Y la xenofobia y los estereotipos me parecen
asquerosos. Vivimos en un mundo donde los blancos mandan, entonces nos enseñan
que es mejor ser como ellos, y que ellos valen más que cualquier otro. “¿Qué
pasaría si los que se están muriendo en el Mediterráneo fueran blancos y no
negros?” cuestionó la semana pasada Fatou Diome, una escritora senegalesa
hablando sobre emigración y racismo en Europa, yo me pregunto lo mismo.
¿Qué
tipo de historia tienen para contar la gente que tiene la piel más oscura que
yo, que es más india que yo, más pobre que yo, más gorda que yo? Lo poco que he
viajado me ha dado para entender que quedarte con una sola historia sobre un
lugar, una persona, un país, una raza, te hace pobre. Conocer varias historias,
como dice Chimamanda Adichie, es conquistar una suerte de paraíso. ¿Qué
conquistaríamos si además nos respetáramos y dejáramos de encasillarnos?
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