Cada
vez que salgo del avión cuando llego a Montería desde Brasil respiro profundo y
me quedo viendo el horizonte por el tiempito que me deja la persona que va
atrás de mi. Una de las cosas más lindas que tiene este lugar es su atardecer,
me idiotiza ver el cielo ligeramente lleno de múltiples anaranjados con el
valle del Sinú de fondo. Esta vez no fue diferente. Al dar el primer paso cuando
salí del avión respiré profundo, y me quedé viendo el horizonte hasta que la
señora que venía detrás de mi me tocó el hombro. Esperando las maletas pensé
que toda mi vida, o por lo menos por mucho tiempo, seguiré haciendo lo mismo
año tras año, hasta que ya no me quede otra persona que visitar en Montería.
Montería
es la ciudad donde nací y donde viví hasta los 17 cuando me mudé a Barranquilla
para ir a la Universidad. Ahora que vivo en Brasil vengo por lo menos a pasar
navidad aquí. Desde la primera vez que me fui no la he visto con los mismos
ojos. Mirar desde lejos siempre es más fácil. Entender lo que pasa en tu ciudad
cuando tienes tiempo de no visitarla, es paradójicamente más fácil. Nelson
Mandela decía: “No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para
darte cuenta de cuanto has cambiado tu”. Es exactamente lo que me pasa con este
lugar. Cada vez que me alejo y vuelvo me doy cuenta que aunque hayan más
centros comerciales y las personas coman sushi, esto sigue más o menos igual. Entonces
la que he cambiado he sido yo.